martes, 22 de diciembre de 2009

NAVIDAD. SIGNIFICADO SIMBÓLICO DEL NACIMIENTO DE CRISTO.

La festividad de la Navidad, celebrada todos los años por los cristianos en el mes de diciembre, conmemora el nacimiento del niño Jesús. Dado que el niño personifica, como he indicado en otro lugar, la totalidad que ha de ser desplegada en el proceso de individuación o de autorrealización, “mientras no os hagáis como niños” el ser humano permanecerá en el estado de infantilidad de un puer aeternus con complejo materno. De ahí también que el colectivo siga adorando, pese a los años transcurridos desde el nacimiento de la Era de los Peces, la imagen del niño Jesús, puesto que a través de la proyección vive el hombre su totalidad inconsciente; lo que debería ser en acto pero que sólo es en potencia. En este sentido, el puer aeternus no se refiere sólo a la infantilidad y a la irresponsabilidad infantil características de los adolescentes sempiternos, sino, antes bien, como representante del niño divino es un símbolo de una autorrealización que se despliega en el tiempo en una lúdica e inagotable actividad creativa. La genuina expresión creativa, y no el producto neurótico de los puer infantiles, procede del lúdico contacto con la Diosa, de las relaciones entre el yo consciente y lo inconsciente colectivo, de la manifestación de los arquetipos constelados, del alineamiento entre el sol del medio día y el Sol de la media noche.
Sobre el simbolismo de la Navidad, dice Isidro J. Palacios en "La Navidad, los Magos y el Rey del Mundo", lo siguiente:

"El 25 de diciembre no es sólo la fecha del acontecimiento histórico de la manifestación real y exterior del Rey del Mundo. Ese día es, como se ha dicho, un símbolo, y más que un símbolo, un rito, mediante el cual se verifica en el interior de cada persona el nacimiento del “Rey de reyes”. Todo ello al objeto de que cada uno tenga el norte al que fijarse, para ser dominador y señor de sí mismo, pues, al fin y al cabo, “dioses somos”, tal y como nos recuerdan los Padres de la Iglesia. Sólo es menester tomar de la “sangre real” que cada cual lleva dentro de su corazón, y leer en el libro de la sabiduría divina que encontrará impreso tras sus párpados.

Para encontrar el cáliz de Nuestro Señor, no hay que ir muy lejos. Tenemos cerca la copa donde Xristo bebió y dio a beber durante la última cena, y donde José de Arimatea recogiera la sangre del Maestro crucificado. ¡El Santo Graal está dentro de nosotros!..."


Cuando el individuo evoluciona, en el sentido de des-identificarse o des-ilusionarse de la imagen primigenia, hacia una objetivación de los contenidos de lo inconsciente, resulta de ello la posibilidad de analizar lo inconsciente y llevar a cabo una síntesis de los elementos conscientes e inconscientes. Se produce así un desplazamiento desde el ego consciente al arquetipo del Ser, convirtiéndose éste en adalid del Destino individual. Lo que viene representado en sueños con la imagen del hermafrodita o del andrógino, un elocuente símbolo del Ser o del Anthropos interior, de la luz de Dios que es la chispa divina en la "región más elevada" del alma humana. Este símbolo figura la meta más elevada de todo ser humano, puesto que alude a la más completa autorrealización, nunca alcanzable en su totalidad sino sólo aproximadamente.

El Maestro Eckhart expresa el nacimiento del "niño interior" del siguiente modo:

- "Yo ya he dicho: hay en el alma una potencia que no está unida ni al tiempo, ni a la carne, que emana del espíritu, permanece en el espíritu y es absolutamente espiritual. En esta potencia, Dios se encuentra totalmente; florece en ella y reverdece en toda la alegría y todo el honor que Él lleva en sí mismo. Esta alegría es tan profunda, de una grandeza tan inconcebible, que nadie sabría expresarlo plenamente con palabras. Pues el Padre eterno engendra sin cesar en esta potencia a su Hijo eterno, de manera que esta potencia colabora con el engendramiento del Hijo y se engendra a sí misma en tanto que Él engendra a este Hijo en la única potencia del Padre".

- "Así hace Dios: engendra a su Hijo único en la región más elevada del alma. En el mismo acto por el que engendra a su Hijo en mí, yo engendro al Hijo en el Padre. Pues no hay diferencia para Dios entre el hecho de engendrar al Ángel y el hecho de nacer de la Virgen... Ahora bien, yo digo que es un milagro que debamos ser madre y hermanos de Dios".

- "Hay en el alma una parte secreta donde Dios vive y hay en el alma una parte secreta donde el alma vive en Dios... Si, en el presente instante en que yo me encuentro aquí, hubiera salido de mí mismo y estuviera completamente libre de todo, ¡ah! el Padre celestial engendraría inmediatamente en mí a su Hijo único y con tanta pureza que mi espíritu podría engendrarlo de nuevo a su vez".

Pese a lo extendido del símbolo de la Cruz que carga Cristo, y a su raigambre en el mundo occidental, al igual que sucede con el niño Jesús, parece que el común de los hombres y de las mujeres ha olvidado su profundo significado. Ese símbolo encarna la particular condición humana, la tensión de opuestos que subyace, de un lado, a la adaptación a las exigencias del cuerpo, de la familia, de la sociedad, esto es, del ámbito material, y, de otro, a la respuesta a las demandas de ese vasto mundo interior que es lo inconsciente. El héroe ha de tomar el camino del medio, el de la Cruz, y ese sendero lo conduce a su propia muerte. Pero esa muerte, que simboliza la inmolación de la vida prosaica y, por lo tanto, de una vida colmada de ignorancia, ingenuidad y puerilidad, en último término, la muerte del ego, da lugar a un renacimiento: el nacimiento del niño divino. En los mitos esa muerte iniciática viene simbolizada por la entrada del héroe en las fauces de una ballena de cuyo interior resurgirá renovado, o bien, por la lucha con el dragón. El Dragón, como la Cruz o el madero en el que fue crucificado Cristo y, antes que él, toda una caterva de héroes consortes o hijos de la Diosa, simboliza la Madre, o sea, en definitiva, la Diosa. Pero quien se enfrenta al dragón y lo vence obtiene como premio el tesoro difícil de alcanzar, un Conocimiento (gnosis) que no es de este mundo, sino del otro, del más allá. El puer re-nacido, recién nacido de las entrañas de la Madre, puede ser considerado como un puer aeternus genuino, el prístino hijo de la Diosa. Y es, precisamente, la secreta relación del puer con su Madre, tan íntima como incestuosa, la que es grata a Dios. El resultado de semejante acto incestuoso es que la Madre hiere al puer, al transformarse en una serpiente que lo muerde, envenenándolo y paralizándolo. Lo que este mito simboliza, traducido al lenguaje de la psicología, es la emergencia de contenidos desde las profundidades de lo inconsciente. Inicialmente, éstos aparecen bajo la forma de un aluvión de sentimientos negativos de culpabilidad, de inadecuación, etc., que es lo que tiende a suceder cuando el individuo se enfrenta a su sombra. Sin embargo, si después de un tiempo de afloramiento de sentimientos y afectos que parecen desgarrar al individuo, invadiendo a la consciencia como si de una violación psíquica se tratara, se consigue que el ego permanezca firme y trabaje con esos sentimientos, comienzan a emerger las imágenes de lo inconsciente, tanto en sueños, como en toda suerte de manifestaciones “artísticas” como la pintura, la escultura, la poesía, etc… Originariamente, la forma que adoptan esos contenidos es de lo más grotesca y las imágenes primordiales, que van tomando forma, ya no tienen que ver con la biografía del individuo. Así, lo que en un principio parece provenir de la sombra familiar, es decir, aquellos conflictos irresueltos por los padres, abuelos y, en general, por los ancestros, no es sino la manifestación más próxima de bretes y contrariedades que afligen a todo el colectivo de una época. Por lo tanto, allende la sombra individual hallamos una larga cola de dragón que nos conecta con la serie filogenética de nuestros antepasados, en último término, con los arquetipos de lo inconsciente colectivo psicóideo. Y, si se logra penetrar más allá de la maraña, puede entreverse que dichos conflictos tienen un carácter cósmico o universal. Lo que exige del puer que afronte la emergencia de arquetipos de un modo creativo, y es que la verdadera creatividad radica en su contacto con la fértil tierra de lo inconsciente, de la que, en propiedad, él ha renacido.



Véase también mi artículo titulado Claves simbólicas en los relatos de Navidad, que, además, ofrece algunas pistas para comprender mejor el contenido de mi último libro, La Hermandad de los Iniciados.

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